Cinco años
después del último dorsal, me vuelvo a colocar tras una línea de salida. Cinco
años, que pareciendo haber pasado muy rápido, sirvieron para cambiar casi todo
en mi vida, cinco años durante los cuales floreció Abril y me apliqué a casi
terminar mi segunda carrera, esta vez universitaria. Lo digo a menudo, pero
entrenar y estudiar es muy parecido, reduciéndose en pocas palabras a ponerse a
ello, aumentar las cargas progresivamente hasta soportar lo que antes se
antojaba impensable, eso sí, con un imprescindible componente de pasión por lo
que haces. Esa divisa, mantra personal
expresado en un par de líneas por Marco Aurelio, alberga mucho del secreto de
una vida bien vivida: “A todas horas piensa tenazmente, como romano y como
hombre, en hacer lo que tienes entre manos”.
Durante esos
cinco años algo sí había perdido por el camino, no sabía si definitivamente. Hay una descripción de Spinoza, el influyente
filósofo holandés de raíces rayanas que describe la mente como idea del cuerpo, cuyo complejo
significado da para libros enteros, pero que hoy yo tomo por un camino que poco tiene que ver con su propósito original, el de que, de alguna manera,
durante este tiempo había perdido algo de contacto con mi cuerpo.
Los que
hemos hecho deporte en serio sí puede que tengamos algo más de conocimiento sobre
nuestros cuerpos, sobre cómo responde cuando lo fuerzas, sobre cuánto exigirle y
sobre cómo se va adaptando
progresivamente a superiores cargas, casi apreciando de día en día la estimulante
mejora.
Durante
estos cinco años, aparte de con la familia, horas y horas he pasado sentado,
leyendo cientos de libros; años en los que no solo olvidé la agradable sensación
del descanso tras el ejercicio físico, sino que perdí mucha de la percepción de
control sobre el cuerpo o su capacidad de respuesta, también su fuerza y
resistencia, surgiendo molestias y dolores desconocidos cada vez que le exigía
poco más que salir de la habitual vida sedentaria, nada que ver con las habituales
lesiones o sobrecargas fruto del ejercicio físico.
Ello motivó que en enero decidiera inscribirme en Triatlón de Media Distancia de Salamanca del 30
de junio, un reto que me motivaba y me venía bien por fecha y lugar, con 1,5 kilómetros de natación, algo más de 80 de ciclismo y la media
maratón para terminar.
Varias veces
había intentado volver a hacer algo de deporte, pero no había acabado de
fructificar el empeño, hasta que esta vez sí, esta vez fui subiendo poco a poco
escalones, que como en cualquier gran reto en la vida, te llevan a la cima, sea
esta más o menos ambiciosa. El camino, sobre todo el final, resultó reconfortante,
al convertirse en un lento crecer en capacidad y seguridad hasta el día marcado en rojo.
Y el domingo
llegó, con algo más de ansiedad de lo previsto, y con el único objetivo de
terminar un reto para mí antes habitual, el que sospechaba pudieran ser
desmedido, tal vez por falta de preparación, tal vez por desconexión o la falta
de compromiso indispensable para completar estos viajes.
No voy a
hacer una crónica de la aventura como las de antaño, tal vez la próxima vez. Simplemente
buscaba saber si en el momento de la verdad, en el momento de la crisis que
siempre llega en una prueba de gran fondo –ahí reside mucho del secreto de su
éxito-, sería capaz de seguir adelante, o simplemente plegaría alas y no
volvería intentarlo.
Sabía que
esa crisis sobrevendría durante la media maratón, como así sucedió, completando con
suficiencia el resto, cumpliendo el expediente de la natación como nadador
torpe pero fiable que soy, mejor de lo esperado en la bici sobre los continuos
repechos, hasta que efectivamente, bajo un calor terrible, tuve que enfrentarme a mí
mismo y saber si algo tenía que ver con aquel otro que cruzaba metas cinco años
atrás.
Justo en el
kilómetro siete, cuando sentía que no podía más, cuando incluso me puse a
caminar unos metros porque me parecía imposible volver a arrancar, no sé de
dónde saqué fuerzas, algo que había olvidado que a menudo sucede, que a veces surge
la luz desde el fondo del abismo, que para completar un ultratrail o un
triatlón de larga distancia, aparte de los entrenamientos, se necesita un plus
de entereza y coraje para seguir avanzando cuando todo te dice que no, porque puede que tras la siguiente curva todo se vea de otra forma.
Por otra parte el triatlón largo es un deporte solitario,
hecho para un tipo que ama la soledad como yo, donde en bici no se permite
rodar en grupo y en carrera a pie no se forman los grupos de las pruebas en
ruta, precisamente porque todos los competidores van tan tostados, más con las
condiciones climáticas del domingo, tan al límite de lo que marcan sus
cualidades, entrenamiento, ambición y carácter, que no te queda otra que seguir
adelante en soledad, buscando razones para seguir creyendo y dar un paso más.
Puede que por
eso disfrute con el triatlón, porque me gusta alternar disciplinas, lo que
redunda en beneficio de mi cuerpo; tal vez por eso me sigue tentando la larga
distancia, porque aunque no creo que sea nada sano, en cierta forma se trata de un remedo de todo lo importante en
la vida, en la que siempre hay momentos en que toca decidir en soledad qué
quieres hacer durante el siguiente día o kilómetro, enfrentarte a tu propia
naturaleza a la que no se puede renunciar. Puede que solo faltara una pieza que recuperé el domingo para reconocerme, para que todo encajara como debe ser. No se trataba más que de decidir quién eres, en fin.
La mejor crónica que he leído en mucho tiempo, sirve como autojustifacion a ese por qué sin respuesta de muchas preguntas. Enhorabuena!
ResponderEliminarMuchas gracias, Ramonet, no te creas que uno se cansa de que alguien que lee lo que tú intentas transmitir escribiendo, llega; objetivo cumplido. Abrazo
ResponderEliminar