martes, 2 de julio de 2019

Triatlón Media Distancia de Salamanca, decidir quién soy



Cinco años después del último dorsal, me vuelvo a colocar tras una línea de salida. Cinco años, que pareciendo haber pasado muy rápido, sirvieron para cambiar casi todo en mi vida, cinco años durante los cuales floreció Abril y me apliqué a casi terminar mi segunda carrera, esta vez universitaria. Lo digo a menudo, pero entrenar y estudiar es muy parecido, reduciéndose en pocas palabras a ponerse a ello, aumentar las cargas progresivamente hasta soportar lo que antes se antojaba impensable, eso sí, con un imprescindible componente de pasión por lo que haces.   Esa divisa, mantra personal expresado en un par de líneas por Marco Aurelio, alberga mucho del secreto de una vida bien vivida: “A todas horas piensa tenazmente, como romano y como hombre, en hacer lo que tienes entre manos”.

Durante esos cinco años algo sí había perdido por el camino, no sabía si definitivamente.  Hay una descripción de Spinoza, el influyente filósofo holandés de raíces rayanas que describe  la mente como idea del cuerpo, cuyo complejo significado da para libros enteros, pero que hoy yo tomo por un camino que poco tiene que ver con su propósito original, el de que, de alguna manera, durante este tiempo había perdido algo de contacto con mi cuerpo.

Los que hemos hecho deporte en serio sí puede que tengamos algo más de conocimiento sobre nuestros cuerpos, sobre cómo responde cuando lo fuerzas, sobre cuánto exigirle y sobre cómo se va  adaptando progresivamente a superiores cargas, casi apreciando de día en día la estimulante mejora.

Durante estos cinco años, aparte de con la familia, horas y horas he pasado sentado, leyendo cientos de libros; años en los que no solo olvidé la agradable sensación del descanso tras el ejercicio físico, sino que perdí mucha de la percepción de control sobre el cuerpo o su capacidad de respuesta, también su fuerza y resistencia, surgiendo molestias y dolores desconocidos cada vez que le exigía poco más que salir de la habitual vida sedentaria, nada que ver con las habituales lesiones o sobrecargas fruto del ejercicio físico.

Ello motivó que  en enero decidiera inscribirme en Triatlón de Media Distancia de Salamanca del 30 de junio, un reto que me motivaba y me venía bien por fecha y lugar, con 1,5 kilómetros de natación, algo más de 80 de ciclismo y la media maratón para terminar.

Varias veces había intentado volver a hacer algo de deporte, pero no había acabado de fructificar el empeño, hasta que esta vez sí, esta vez fui subiendo poco a poco escalones, que como en cualquier gran reto en la vida, te llevan a la cima, sea esta más o menos ambiciosa. El camino, sobre todo el final, resultó reconfortante, al convertirse en un lento crecer en capacidad y seguridad hasta el día marcado en rojo.

Y el domingo llegó, con algo más de ansiedad de lo previsto, y con el único objetivo de terminar un reto para mí antes habitual, el que sospechaba pudieran ser desmedido, tal vez por falta de preparación, tal vez por desconexión o la falta de compromiso indispensable para completar estos  viajes.

No voy a hacer una crónica de la aventura como las de antaño, tal vez la próxima vez. Simplemente buscaba saber si en el momento de la verdad, en el momento de la crisis que siempre llega en una prueba de gran fondo –ahí reside mucho del secreto de su éxito-, sería capaz de seguir adelante, o simplemente plegaría alas y no volvería intentarlo.


Sabía que esa crisis sobrevendría durante la media maratón, como así sucedió, completando con suficiencia el resto, cumpliendo el expediente de la natación como nadador torpe pero fiable que soy, mejor de lo esperado en la bici sobre los continuos repechos, hasta que efectivamente, bajo un  calor terrible, tuve que enfrentarme a mí mismo y saber si algo tenía que ver con aquel otro que cruzaba metas cinco años atrás.

Justo en el kilómetro siete, cuando sentía que no podía más, cuando incluso me puse a caminar unos metros porque me parecía imposible volver a arrancar, no sé de dónde saqué fuerzas, algo que había olvidado que a menudo sucede, que a veces surge la luz desde el fondo del abismo, que para completar un ultratrail o un triatlón de larga distancia, aparte de los entrenamientos, se necesita un plus de entereza y coraje para seguir avanzando cuando todo te dice que no, porque puede que tras la siguiente curva todo se vea de otra forma.

Por otra parte el triatlón largo es un deporte solitario, hecho para un tipo que ama la soledad como yo, donde en bici no se permite rodar en grupo y en carrera a pie no se forman los grupos de las pruebas en ruta, precisamente porque todos los competidores van tan tostados, más con las condiciones climáticas del domingo, tan al límite de lo que marcan sus cualidades, entrenamiento, ambición y carácter, que no te queda otra que seguir adelante en soledad, buscando razones para seguir creyendo y dar un paso más.

Puede que por eso disfrute con el triatlón, porque me gusta alternar disciplinas, lo que redunda en beneficio de mi cuerpo; tal vez por eso me sigue tentando la larga distancia, porque aunque no creo que sea nada sano, en cierta forma  se trata de un remedo de todo lo importante en la vida, en la que siempre hay momentos en que toca decidir en soledad qué quieres hacer durante el siguiente día o kilómetro, enfrentarte a tu propia naturaleza a la que no se puede renunciar. Puede que solo faltara una pieza que recuperé el domingo para reconocerme, para que todo encajara como debe ser. No se trataba más que de decidir quién eres, en fin.

2 comentarios:

  1. La mejor crónica que he leído en mucho tiempo, sirve como autojustifacion a ese por qué sin respuesta de muchas preguntas. Enhorabuena!

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  2. Muchas gracias, Ramonet, no te creas que uno se cansa de que alguien que lee lo que tú intentas transmitir escribiendo, llega; objetivo cumplido. Abrazo

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