domingo, 5 de enero de 2020

Norias


Cascais

Implica mucho tener un hijo, más cambios de los que se suele pensar. Bien es cierto que mucho de lo referente a la vida práctica, la complicación del día a día, es bien fácil preverlo sentándose a pensarlo seriamente si quiera un par de momentos.

Pero aparte de la vida real, del que las horas ya no den para lo que solían,  que se adhiera esa  indeleble pátina de desvelo por alguien que antes no estaba y ahora abruptamente y sin matices, se convierta en lo más importante del existir, hay algo más. Aparte, digo, hay otros cambios más difíciles de explicar, cambios de orientación, cambios globales, de paradigma que se dice hoy, de sentido existencial,  en esa otra vida interior que discurre paralela, la que subyace bajo el ruido y la prisa, la propia del espíritu que nos define más que la se trasluce, más que la que dejamos ver a los demás.

Cambios difíciles de entender y de hacer entender, como el de que algo así como la resonancia mute en recuperación, que nos acerquemos a experimentar qué es ser un crío de verdad. Fuiste niño, viviste tu infancia, crees saber lo que es porque pasaste por allí; la observas desde la distancia, le pones un letrero a aquellos años y sientes como propias acciones y reacciones de los niños, te apropias de los que crees familiares sentimientos de tu hija.

Mas pensamos, creemos y decidimos demasiado rápido, porque verdaderamente no tenemos nada en nuestras manos más que las cenizas del remoto pasado, nada más que un difuso recuerdo adulterado por recuerdos prefabricados por propaganda cultural tan impuesta como autoimpuesta.

Pero a veces ocurre, un fogonazo, un temblor, una mirada de Abril que desvela la mentira; veo la noria en sus ojos,  siento su incontenible excitación y aprecio claramente la distancia entre lo que hoy soy, entre  el recuerdo construido y la experiencia verdadera, la de mi hija.
Entonces miro arriba, aprecio la gigantesca y circular estructura, su elegancia y perfección, las luces en la oscuridad, y a  través de sus ojos me duele haber obviado su belleza, me duele engañarme y olvidar, pasar por delante de tantas maravillas sin advertirlas.

Escribo sobre ello, eso me sirve, me alivia, me devuelve una parte de mí. 
Me alegra mirar de nuevo la noria,  ese luminoso y extraño círculo en la noche frente al mar y quedar fascinado por su inútil belleza, y doy gracias por montarme y recorrer un viaje sin destino  abrazado a mi hija, doy gracias porque me preste su mirada.

Hoy es noche de Reyes, hoy me volveré a servir de que sus preciosos ojos infinitos se muestren aun más abiertos de lo normal, fulgor de ventanas , reflejos frente al sol.

Lisboa (Marqués de Pombal)

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