lunes, 7 de septiembre de 2020

The Last Dance: Jordan o la cólera de Aquiles

“Oh, Musa, canta la cólera de Aquiles, hijo de Peleo”

Así comienza la Iliada, así comienza la historia de la literatura cuando se fija por escrito lo que se transmitía oralmente. Así comienza casi el espíritu occidental, con la cólera del héroe, lo que por otra parte resulta bastante significativo.

En esencia ese verso describe qué es “The Last Dance”, el repaso, a partir del último anillo de aquellos míticos Chicago Bulls, de la gloria y la cólera del héroe sobrehumano. Jordan es Aquiles y el adjetivo de mítico nunca fue tan bien traído. A Aquiles se le ofrece vivir feliz pero elige la muerte temprana a cambio de la inmortalidad de la fama eterna .Odiseo encarna otro arquetipo humano, el que rechaza la inmortalidad ofrecida por la bella ninfa Calipso para regresar a Ítaca y envejecer y morir junto a su imperfecta y humana Penélope.

El espíritu de competición es una herencia que procede directamente de la Grecia antigua y clásica, no solo en el ámbito deportivo sino también en el bélico o en el político, aunque supongo que este tipo de cuestiones que explican nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos, dado el clamoroso desprecio por las Humanidades reinante, dejarán de interesar o simplemente conocerse hasta para la gran mayoría de futuros titulados de nuestras universidades. A Jordan le define su espíritu de competición, solo entiende el vivir como pelea para ser reconocido como el mejor.

Más que un canto épico al uso de la hazaña deportiva, el documental de diez capítulos articula la narración en un desarrollo admirable por los continuos enganches emocionales que mantienen en vilo al espectador. El precio de la fama aquí no es la vida del héroe, sino el buen nombre del buen hombre. El lado turbio de una figura sobrehumana por sus dotes atléticas que se presenta antipática y egocéntrica, tanto para sus compañeros de viaje como para el propio espectador. Demasiadas sombras.

Un lado interesante del prisma es ese inesperado instante en que ya no hay nada que demostrar porque se ha ganado todo, qué mueve al héroe durante ese impasse en el que desaparece su razón de ser; ahí se sitúa el chocante apagón de la temporada y media dedicada al béisbol. Es entonces cuando se pone de manifiesto el lado más oscuro de Jordan, cuando surge un modo de pensar y de actuar algo inquietante,  la necesidad de reparación del ultraje, ejemplificada en la magnífica escena en la que simula golpear  un  bate de béisbol con un puro en la boca al más puro estilo Al Capone, mientras habla de una ofensa, real o inventada, por parte de una futura víctima sobre la cancha como única motivación para la próxima victoria. Y es que cuando a la bestia ya no le basta el espíritu de superación porque todos reconocen que nadie está a su altura, cuando la fiera sestea, necesita otro combustible, precisa de la cólera que despierte su despiadado modo de operar sobre la pista.

El momento clave de la serie es el final del capítulo siete. Él reflexiona, sabe que su papel es cuestionado por sus compañeros más o menos explícitamente, que no existe la palabra amigo en el equipo. Sin embargo, creo que tanto ellos como él aceptan que era el único camino para formar un equipo legendario, que casi seguro sin esa malsana tensión constante, no lo habría sido tanto. Hasta en las críticas de sus compañeros se destila el orgullo de haber formado parte de aquel grupo de elegidos para la gloria. Jordan se justifica: cree que esa sobreexigencia era el único camino para el triunfo que él buscaba, ser el mejor de la historia, y que por otro lado, jamás les pidió ningún sacrificio que él no estuviera dispuesto igualmente a ofrecer. Se justifica, sí, pero la duda la abate en forma de lágrima y en una orden dirigida a la cámara: “Break”. Ahí está el atractivo de la serie, ahí está todo, en ese segundo, la grieta en la convicción que ha conducido una vida.

Desde otro punto de vista, desde principio a fin está su baloncesto. Tuve la suerte de vivir esos años en una edad perfecta, los veintitantos, pero a lo largo de la serie, cuando se van sucediendo esos cientos de jugadas y  momentos decisivos, la leyenda que yo ya había construido en mi cabeza se agiganta aún más. Acostumbrado a ver los jugadores excepcionales que disfrutamos en la actualidad, reconoces que lo que él nos regalaba era algo más difícil de explicar y apreciar cuando sucedía; que esa fuerza, armonía y precisión, sabiamente evolucionada con los años, encarnaba la más pura belleza, la misma que ofrece el salto de la bailarina de ballet, el Cristo exánime en manos de la Piedad, la rueca de las Hilanderas. Era arte.

Lo que cuenta “The Last Dance” es el precio que tuvo que pagar por nacer encadenado a un talento y una pasión descomunales y asfixiantes. Puede que estemos hablando de simplemente deporte. O no. Siempre lo digo: kilómetros y  libros vienen a ser lo mismo. Durante el camino solo hay soledad Y cada uno tiene su camino, cada uno sus victorias y derrotas. Jordan y todos los demás, cada uno de nosotros, los mortales. 

 

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