Un proyecto, un
objetivo, el Camino Primitivo, hace unos meses abstracto fue tomando forma,
descendiendo a la realidad, hasta llegar una fecha y punto concreto: Oviedo, 14
de julio. Sin embargo me pregunto si conceder cronología, topografía y relato
detallado del acontecer cotidiano no traiciona en algo el espíritu del viaje.
Si para extraer su
esencia no bastaría con tirar de esa tensión previa al inicio, del temor a no
contar con la fortaleza física y mental que se exige para llegar a la plaza del
Obradoiro o simplemente para completar
cada jornada prevista, a no tener la entereza suficiente para soportar las adversidades de
la más diversa naturaleza que amenazan tras cada amanecer
Por eso en el principio
hay más dudas que sueños, más inseguridad que ilusión. Bien es cierto que
toda esa niebla se va disipando con el caminar, con la lucha, con la pugna
contra el terreno y contra ti mismo. Es entonces cuando todos los obstáculos son retribuidos con recompensas anudadas a mis motivaciones religiosas, deportivas
y culturales, las que me acompañan en todo momento.
Al final de cada día y
sobre todo al final del camino vuelves a ser consciente de que esa tensión
entre la resistencia y la retribución siempre ofrece balance positivo, cuando
tantos malos momentos de dolor y fatiga quedan diluidos en el gran río que fue
el camino. El gran río que según sus afluentes entroncan frente a Santiago, se convierte en mayor
y más lento. Un río que viene de muy lejos, de muchos kilómetros y siglos
atrás.
Un camino, que aun
estando acompañado, se transita y sobre todo se vive en soledad. Una pelea
interior afrontada en mi caso desde mi bagaje en el deporte de larga distancia,
al que paradójicamente se suma un componente ajeno imprescindible para
completar la experiencia: el reflejo en el otro, en el compañero de viaje, donde
brilla un inevitable vínculo común a pesar de las diferencias en
capacidades, expectativas o motivos.
Ahí quedan, en el
camino, mis pensamientos y dolores, mis pesares y sueños, hitos invisibles en puertos venteados o veredas marcadas por
miliarios romanos o cruceros medievales.
Hasta la próxima, cuando ya seré otra persona distinta con razones distintas. Es en el fondo el mismo Camino más de mil años después, hecho como se ha de hacer, paso a paso, con el mismo hastío o admiración a los sentidos por los miles de peregrinos que recorren estos parajes desde tiempo inmemorial. Mi segundo Camino es nuevo y es el mismo a la vez que hace diez años, como lo será el próximo, como lo será para todos y cada uno de los que transitan ese camino sin fin hacia la tumba del Apóstol.
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