Personal itinerario por las obras de mi feria.
Los recuerdos de las obras de mi íntima Feria de Teatro, me
hablan de tierra y me hablan de hombres; no de todos, solo de unos pocos, de
aquellos a los que se otorga la capacidad de decidir, me hablan de sus abusos y privilegios, de sus
dudas, del poder, pero sobre todo de las consecuencias de su ejercicio.
Condenados a organizarnos para convivir, se ha de ceder y
obedecer ante el gobierno de “los mejores” de cada tiempo para regir la “res
publica”, pero los temas y las voces siguen siendo las mismos: los de un Lope
del XVII escribiendo sobre un Rey del XIII, enamorado de una “Estrella de Sevilla”, denunciando el uso del poder arbitrario y absoluto que no da
cuentas.
Voces que hablan de las consecuencias de una guerra, que
siglo tras siglo, viene siendo la misma, porque los campesinos que tenían que
huir de sus tierras en el XIX ante el avance del ejército ilustrado de la
libertad, tienen el mismo rostro de los
que les tocó cruzar la frontera francesa “Ligeros
de equipaje” ,o lo hacen mientras escribo, mientras lees estas líneas, en
Siria o Irak; su vida en el filo, la de sus hijos valiendo nada, convirtiendo
el futuro de los afortunados supervivientes, en eterno ajuste de cuentas con el
pasado.
Voces que hablan de crisis y revoluciones, también siempre las mismas. Las
pestes, las hambrunas, las crisis, económicas o políticas, se sufren; las
revoluciones se sueñan; y casi nunca llegan a nada, y las que llegan, jamás son
lo que prometen. Se repite el bucle entre el conservador y el extremista, entre la
reforma y la revolución. “El Encuentro” entre Suárez y Carrillo
tiene otros nombres, pero los desafíos
son los mismos, tan estimulantes como intimidantes. Hoy también se habla de
revoluciones, no tanto “para”, sino “contra”; contra tantas oportunidades
perdidas por el poderoso que fue, es y será, para desprenderse del lastre que
le acompaña: el de la tanta sospecha en las formas, el de la consagración de la legalidad de
privilegios inmorales, la tolerancia de prácticas y maridajes alegales, el de
la impunidad de la ilegalidad.
Mis recuerdos de la Feria de Teatro no solo están pegados a
la tierra, sino también al cielo, también a otros mundos. Porque a veces no
queda otra que negar la realidad y declararse
“Perdidos en Nunca Jamás”, porque
cuando estás a punto de ahogarte y no para de llover, puede que la única salida sea pensar que todo
saldrá bien, reclamar que todo tiene que salir bien, tal y como nos contaron de
niños.
O utilizar otra vía
de escape, la de no bajarme del mundo delimitado por un escenario y un telón.
Aunque nos digan que ya somos mayores, que no servimos, que esta es “La última función”, burlemos al
destino entre risas, porque cuando han sido tantas las voces y palabras
alojadas en mi interior, puede que ya no sepa quién soy. Personas que no pueden
ser solamente personas; personas a las que no le cabe prescindir de sus
personajes, mudar de piel y meramente existir.
Pero tal vez la frontera entre realidad y sueño, los dos
planos entre los que gravita el hombre, asunto de enjundia filosófica, se
demuestre a diario en nuestra incapacidad para aceptar lo que somos. Nuestro periplo vital es extraño: parte del
desamparo absoluto e irremisiblemente conduce de nuevo a él; una odisea a la
que nos empeñamos en encontrarle un significado,
al que, en secreto, imploramos un sentido. Una forma de contarlo es colocar una
ventana frente a la estancia de una familia de mujeres. Un espejo, si es de
buena calidad, termina siendo incómodo, porque nos enseñan mucho de lo que no
queremos ver o ser y este es de los buenos, de los encantados, porque sus
fugaces escenas reflejadas, inquietan por lo creíble, certero, divertido,
triste, emocionante. Palabras escupidas, navajazos hiriendo sin piedad al que
se ama, porque se le ama.
Detrás, algo muy simple, nuestra proverbial capacidad de
incomprensión para entender al diferente, al “equivocado”, al que elige o al
que simplemente decide permanecer en el andén distraído: Nuestra humanidad
destilada en un rasgo: la del juicio, la
del valor, la de la medida del que no
soy yo. Pero, ¿quién juzga al juez?
Un mensaje final, broche perfecto para mi feria, para mi
texto: a lo más frío y oscuro del invierno, le sucede el verano. Palabras de “Verano en invierno”, palabras gritadas
un año más antes las piedras eternas de Ciudad Rodrigo. 2015 aguarda.
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