miércoles, 21 de agosto de 2013

"Lovers", un inicio de altura



Nos pasa a todos. Vemos a los borrachos y juzgamos. Y ciertamente la mayoría tenemos más que sobrados elementos de juicio. Casi todos hemos bebido y nos hemos pasado de la raya  en alguna ocasión, hemos cruzado la frontera, directos a ese ridículo, que ajeno, incomoda o divierte.

¿Y si el mundo, y si la vida no fueran el teatro que contaba Calderón sino una  languideciente fiesta, ridícula por lo triste? ¿Y si enamorarse o querer enamorarse no viniera a ser otra cosa que beber más de la cuenta? Algo que sabes que te hará pasar un buen rato pero que tarde o temprano te sentará mal; un atolondramiento que te dejará mal cuerpo.

Rayuela cumple veinticinco años y claro, se merecía subir el telón de nuestra Feria. Un par de veces ya tuvieron mis merecidas líneas de elogio  a cuenta de los montajes de "Dogville" y "20 de noviembre" . Sabemos que la inseguridad  viaja inseparable del creador, pero de este otro lado, del del espectador, no se alberga duda alguna sobre la calidad de la propuesta de los de Valladolid. Tipos que no defraudan, que independientemente de lo que quieran contarme,  me darán mucho más de lo que les podría pedir, me sorprenderán, me removerán algo dentro, me harán pensar, me convencerán de que el precio de la entrada siempre fue barato.

Y ayer la apuesta era arriesgada. Tocaba celebrar cumpleaños y tocaba  fiesta. Un vehículo atípico, un peculiar musical; de Cole Porter, para más señas. En alas de sus letras, a través de unos personajes que  bien podrían no tener nombre, vueltas y revueltas a esa historia circular sin fin, que es la del hombre y el amor. Con toda su carga altamente inflamable de miedo al fracaso o a la soledad, de esperanza sin fin, de deseo, de vanas precauciones o fútiles seguridades. Y en definitiva, tal que ocurre en toda la música popular, lo que nos viene quedando no es una obra de amor, sino de desamor, siempre el gran tema.

Una pega: el cambio de tono del final, ese canto a la amistad y a la vida se me antoja algo postizo pero tal vez sea una tara genética mía, que me hace desconfiar de ese positivismo que nos inunda por momentos. Bien es verdad que hago trampas ya que yo, afortunado, no puedo más que creer en el amor, en la magia. Sí, en el destino.

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