La del corazón noble frente al de noble cuna, la del
honrado frente al necio encumbrado, la del atrapado en una Europa de burócratas
carceleros que se vuelve cada vez más pequeña, la de la víctima del fanatismo y
la estupidez, siempre distinta, frente al fanático y el estúpido, siempre el
mismo, la de la mujer encadenada por su bien a la pata de la acogedora camilla
del acogedor comedor, la de la niña perpleja ante el futuro, si ese futuro es
el de su padre o su abuelo, si crecer consiste en negarse a crecer, la de
hombres y mujeres asustados por el lidiar cotidiano para seguir adelante y
convivir con otros aún más desorientados que creen vivir como deben, la de unos
padres enfrentándose al más terrible dolor, el de perder un hijo en un absurdo
giro del destino, la de la condenada a la fatalidad que conlleva secuelas
imposibles de asumir, la que sacude inmisericorde, la del que no conoce la
libertad, la del débil frente al poderoso al que solo le sirve extirpar lo
diferente, la del tentado por lo fácil y el placer convertidos en látigo y
lamento, la del genio incomprendido injustamente postergado, la del dueño del
faro de palabras ignoradas, la de la que camina sobre una cuerda a dos metros
sobre el suelo para demostrar que se puede hacer lo extraordinario, que a pesar
de todo, del miedo y del riesgo que significa vivir, se puede.
Formas de perder, formas de ser hombre.
El teatro como espejo, como aviso, como respuesta,
como salida, como VIDA.
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