martes, 25 de agosto de 2020

El peor castigo para el peor delito

 


Cualquiera salmantino conoce el significado y función de esta imagen, o debería. El castigo más terrible en una sociedad donde la vida se consideraba mero tránsito, donde lo temporal cedía ante lo eterno.

Excusa para compartir otras amenazas y maldiciones, tomadas de "El infinito en un junco" de Irene Vallejo, que dan cuenta del extraordinario valor que se otorgaba a los libros y otros soportes de conocimiento. 

Llamativo contraste con una sociedad que desprecia la formación integral del ser humano, colocada en el trance de desaparición de las Humanidades de su sistema educativo, o en su mera inclusión como algo complementario o anecdótico. Una educación donde solo se tiende a la práctica en el aprendizaje, a la utilidad en el resultado. El individuo como producto o herramienta, el individuo y la sociedad incapaz de reflexionar sobre su posición en el mundo, despreciando las guías y referencias de los cimientos de nuestra cultura, en verdad de nosotros mismos.

Siendo terriblemente triste, consuela saber que siempre quedará esa gran minoría comprometida, dispuesta a portar el testigo, quienes aviven y porten la llama.

"A aquel que se apropie la tablilla mediante robo o se la lleve por la fuerza o haga que su esclavo la robe, que Shamash le arranque los ojos, que Nabu y Nisaba lo vuelvan sordo, que Nabu disuelva su vida como el agua".

"A quien rompa esta tablilla o la ponga en agua o la borre hasta que no pueda entenderse, que los dioses y diosas del cielo y de la tierra lo castiguen con una maldición que no pueda romperse, terrible y sin piedad mientras viva para que su nombre y su simiente queden borrados de la tierra y su carne sea pasto de los perros".

(De las bibliotecas más antiguas de las que hay noticia en el Próximo Oriente: Mesopotamia, Siria, Asia Menor y Persia)

"Para aquel que roba, o pide prestado un libro y a su dueños no lo devuelve, que se le mude en sierpe la mano y lo desgarre. Que quede paralizado y condenados todos sus miembros. Que desfallezca de dolor, suplicando a gritos misericordia, y que nada alivie sus sufrimientos hasta que perezca. Que los gusanos de los libros le roan las entrañas como lo hace el remordimiento que nunca cesa. Y que cuando, finalmente, descienda al castigo eterno, que las llamas del infierno lo consuman para siempre"

(De la biblioteca del monasterio de San Pedro de las Puellas en Barcelona)

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