Maravillosa la poesía de Louise Glück. Llegó para quedarse.
Aubade
El mundo era muy grande. Además,
pequeño. Oh
muy pequeño, tan pequeño
que cabía en un cerebro.
Sin color,
todo espacio interior: nada
entraba ni salía. Aunque el tiempo
de todos modos se filtraba, esa
era la dimensión trágica.
Si no recuerdo mal, por aquellos años
yo me tomaba el tiempo con mucha seriedad.
Una habitación con una silla, una ventana.
Una ventana chica, cubierta con las formas que la luz dibujaba.
En su vacío, el mundo
siempre estaba completo, sin
nada fragmentario, con
el yo en el centro.
Y en el centro del yo,
un pesar al que no creía poder sobrevivir.
Una habitación con una cama, una mesa. Reflejos
de la luz en las superficies desnudas.
Yo tenía dos deseos: deseo
de seguridad y deseo de sentir. Como si
el mundo estuviera decidiendo contra la blancura,
por desdeñar lo potencial
y desear en su lugar la sustancia:
paneles
de oro donde la luz golpeaba.
En la ventana, las hojas
rojizas de la haya cobriza.
Más allá del reposo, hechos, objetos
confundidos o entretejidos: lugares
donde el tiempo se agitaba,
clamando por ser tocado, por hacerse
palpable.
la madera pulida
brillando en sus detalles
y entonces yo era otra vez
la niña ante la riqueza
y no sabía de qué estaba hecha la riqueza.
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