martes, 10 de mayo de 2022

Louise Glück

 


Maravillosa la poesía de Louise Glück. Llegó para quedarse. 

Aubade

El mundo era muy grande. Además,

pequeño. Oh

muy pequeño, tan pequeño

que cabía en un cerebro.


Sin color, 

todo espacio interior: nada

entraba ni salía. Aunque el tiempo

de todos modos se filtraba, esa

era la dimensión trágica.


Si no recuerdo mal, por aquellos años

yo me tomaba el tiempo con mucha seriedad.


Una habitación con una silla, una ventana.

Una ventana chica, cubierta con las formas que la luz dibujaba.

En su vacío, el mundo


siempre estaba completo, sin 

nada fragmentario, con

el yo en el centro.


Y en el centro del yo, 

un pesar al que no creía poder sobrevivir.


Una habitación con una cama, una mesa. Reflejos

de la luz en las superficies desnudas.


Yo tenía dos deseos: deseo

de seguridad y deseo de sentir. Como si


el mundo estuviera decidiendo contra la blancura,

por desdeñar lo potencial

y desear en su lugar la sustancia:


paneles

de oro donde la luz golpeaba.

En la ventana, las hojas

rojizas de la haya cobriza.


Más allá del reposo, hechos, objetos

confundidos o entretejidos: lugares


donde el tiempo se agitaba,

clamando por ser tocado, por hacerse

palpable.


la madera pulida

brillando en sus detalles


y entonces yo era otra vez 

la niña ante la riqueza

y no sabía de qué estaba hecha la riqueza. 

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