miércoles, 13 de enero de 2016

Diecinueve amigos frente a la realidad




Llevaba un par de años con ganas de dedicarle unas palabras a los Reyes Magos y a los Amigos de la ilusión.  Aunque siempre intento cuidar todo lo que escribo, este artículo y el tema que lo inspira son  importantes para mí, por lo que me gustaría utilizar las palabras con la suficiente pericia para que lo que cuente se ajuste a lo que pretendo.  “Poético y preciso”. Poético en palabras que sirvan como ladrillos de tiempo para construir un puente hacia mi infancia, camino reconocible para cualquiera, ya que todos atesoramos aquella patria especial donde en algún momento buscamos reconciliarnos con nosotros mismos. Preciso en palabras que sirvan como justo y ajustado reconocimiento a unas personas que especialmente lo merecen por la exigente tarea que acometen cada año. Hay muchos mirobrigenses que les dan las gracias de distintas formas, incluso llevándoles la cena; bien, esta es la mía.

A pesar de la reciente polémica a cuenta de las cabalgatas, excusa para otro disparatado debate político  más, creo que se podría decir que la celebración de los Reyes Magos es el único tema sobre el que todos nos ponemos de acuerdo, independientemente de ideologías o sensibilidades, ciñéndonos al hecho de que todos participamos en el mantenimiento de la magia de un día especial, incluidos los medios de comunicación de todo pelaje que cuidan de  ni siquiera enseñar la patita de la realidad, difundiendo noticias que hablan del viaje y llegada de los reyes o su próxima o reciente visita a los hogares, sin que nunca se adivine su verdadera identidad. Una especie de gran conspiración de nobles intenciones compartidas por todos. También puede ser que yo sea de la vieja escuela, ande algo desconectado del mundo real y esta norma no escrita se comience a difuminar, lo que unido a la cada vez más precoz chavalería, nos coloque al borde un mundo nuevo al que yo no acabo de verle el lado bueno, como a tantas otras cosas. Aunque en estos tiempos a menudo me encuentro con una pequeña niña entre mis brazos, lo que evidentemente acusa el fenómeno, mi devoción ya estaba ahí, la de un integrista seguidor de los Reyes Mayos vigilante de la ortodoxia.

El trabajo de los Amigos  de la ilusión se reduce a una frase: preparar la llegada de una noche, siempre la misma, la del cinco de enero; una noche que comienza con el estruendo de un cohete estallando a las seis y media de la tarde en un cielo ya precipitado sin remedio hacia la oscuridad; una noche en la que a miles de personas de talla pequeña, de gran corazón y mirada infinita, se les espesa el tiempo por lo que la han esperado, por el milagro de unos extraños Reyes Magos aupados a brillantes carrozas, por un removerse entre sábanas sin poder dormir, deseando que el tiempo, en lugar de arrastrarse perezosamente, vuele veloz hacia el amanecer.

La tarea es ardua pero no imposible, la de seguir intentando mantener la magia. Se trabaja con material sensible e invisible, el de la ilusión. Todos crecemos pero por qué se ha de perder, por qué no iluminar una noche en la que una ciudad algo encantada con  calles propicias para ello, el marco idóneo con palacios y murallas, es ideal escenario de cuento para acoger  reyes y castillos.

Toda historia tiene un principio, y esa historia comienza en 1970, tres meses después de que yo naciera, lo que no puedo negar que da suelta a mi imaginación; pensar o querer creer que tal vez yo pudiera haber asistido a mi/su primera cabalgata, donde ya se comenzara a forjar este extraño vínculo que me persigue y disfruto al final de cada Navidad.

Pero antes de nuestra historia hubo otra, que se puede considerar la misma u otra distinta, a gusto de cada cual, con germen en una emisión de radio y una alocada decisión en un año que ahora se antoja lejano y, por ello, de más mérito: 1959, en el que tres reyes, Melchor, Gaspar y Baltasar o Carlos Cardona, Sertorio González y José Arroyo, pasean a caballo por las mismas calles de 2016, en una estampa con innegable toque berlanguiano, entre tierno y jocoso.

La historia de los Amigos de la ilusión es algo de la historia de España, la que va desde un seat 600 a las modernas plataformas de hoy, la que se refleja en la diferente  naturaleza de los problemas y su solución, la de un pinchazo de rueda casi imposible de reparar bajo el blindado andamiaje de una carroza allá en los principios hasta el funcionamiento de unos faros led hace una semana. Una historia que más tarde viaja en un seat 127 o en un jeep amarillo desplazándose una fría noche de invierno con los tres reyes a bordo en la comprometida y vital misión de visitar a los niños de los pueblos de la comarca. 

Es la evolución de unos vehículos siempre dignos, acorde a sus tiempos,  que aseguraran su cometido principal: la visita de los Reyes Magos a los niños de Ciudad Rodrigo cada Navidad.  Ya después de la cabalgata y la recepción, valiéndose ya de fantásticos trucos de magos, moverse veloces  para repartir los regalos que cada niño había pedido en su casa. Y las soluciones para aquellos vehículos tuvieron que pasar de un armazón metálico que se ajustaba a un modelo concreto de coche que se guardaba de año a año, a listones de madera armados y desarmados para luego quemarse, hasta llegar a los nuevos materiales, espumillón y poliespán, trabajados con herramientas adecuadas de propia elaboración, y al fin los volúmenes de los últimos años, más perfeccionados y expresivos, en las espectaculares carrozas actuales.

Esa historia llega hasta hoy, en la que los Amigos de la ilusión, asociación sin ánimo de lucro con estatutos, claro, que no quiero leer, que prefiero imaginar con grandes caracteres de cuento con un artículo relativo a  sus peculiares fines: recuperar y mantener la fantasía intacta, por qué no.

Y es hora de bajar al suelo y descubrir que tras ese montón de párrafos algo etéreos y abstractos, estas gentes desempeñan una labor seria y oscura encadenada en muchas noches de invierno que detallo para que nos pongamos en su lugar, para que si no tenemos la voluntad de ponernos en su lugar, al menos se lo reconozcamos y agradezcamos como se debe. Tras esa deconstrucción de la realidad que por una noche sucede en Ciudad Rodrigo,  se ocultan grandes dosis de dura realidad.

Últimos días de noviembre de siete de la tarde a diez de la noche; desde diciembre, de ocho a doce de la noche en una fría nave municipal, cambiándose la dinámica algo precipitada y arrebatada de aquellos años en que se comenzaba el 22 de diciembre y en jornadas intensivas se completaba el empeño, casi con alguna noche previa entera de faena. Repito, póngase en su lugar. Sí, hubo, hay y habrá colaboradores puntuales, como los Reyes, a los que se les exige ayudar el año en que participan, además de reunir ciertas condiciones, digamos “espirituales”, relativas a responsabilidad y seriedad. Pero el grueso lo forman diecinueve personas: dieciocho hombres y una mujer, diecinueve tipos duros. 

El trabajo completo termina la tarde del sábado siguiente a la cabalgata, cuando se recogen y se guardan los trastos y achiperres hasta el próximo año, cuando, ya en octubre, toque volver a reunirse para decidir el tema del próximo desfile  mediante la aportación de propuestas que serán decididas en votación. La idea elegida será materializada mediante la elaboración de una pequeña y preciosa maqueta –un peculiar pequeño tesoro- que dará fe de su viabilidad al comprobarse a escala el paso en puntos estrechos, su altura en la bóveda o los  giros en los puntos comprometidos del recorrido. 

Entonces, aparte de las lógicas tareas en común, cada uno se dedicará a lo suyo para lograr mayor eficacia y celeridad; división de áreas o trabajos, enfilados de año a año, entre mecánicos, electricistas, escayolistas, dirección de cabalgata y más, en la que se tratan de cuidar todos los detalles, ser profesional, incluso en la elección de los trajes de los Reyes Magos, encargado a una prestigiosa marca.

Hasta que llega la fecha, la de la gran cabalgata, con la previa del cartero unos días antes y que aquella mañana comienza con el montaje del trono real en los bajos del Ayuntamiento. Se sigue con la recepción a los Reyes, la asistencia para vestirlos de gala, acompañarlos en sus visitas a las residencias de mayores y finalmente llegar a la hora prevista, la de siempre, las seis y media, a sus carrozas para comenzar el recorrido. Después la atención y cariño personal a los nerviosos e ilusionados niños en el Ayuntamiento y finalmente visitar los domicilios que lo soliciten. Hubo tiempos en que se terminaba muy tarde, hasta las cinco de la mañana, pero hoy se acaba en torno a las doce y media de la noche.

Durante la cabalgata, el suceso clave, un recorrido en el que Ciudad Rodrigo entero está en las calles, con multitud de niños en los márgenes del trayecto, donde tanto puede pasar y donde tantas cosas pueden salir mal y algunos años salieron casi mal, como aquel amago de intoxicación de un conductor o aquella carroza echando a arder. Nervios, responsabilidad y trabajo, mucho trabajo, como armas para intentar adelantarse a los problemas y el inevitable parchear que es la organización de cualquier acto con tanto público, siempre tan delicado, y donde aportan muchas otras personas imprescindibles, uniformadas o no,  personas y agrupaciones que proporcionan algo más de color y vistosidad a la gran fiesta.

La tensión cede cuando al final, desde el balcón del Ayuntamiento, se admira y sobre todo se escucha una Plaza Mayor atestada. Un clamor que se ha ido desplazando a través de las calles de Ciudad Rodrigo al ritmo de las carrozas durante casi dos horas hasta llegar aquí; el sonido de niños a voz en grito, o la luz de las miradas de otros algo más pequeños que quieren comenzar a entender este extraño mundo pero que no son capaces de articular respuesta alguna más allá de sus ojos extrañamente iluminados. Entonces, desde ahí arriba se piensa si no es absurdo preguntarse si merece o no la pena tanto trabajo y algún mal rato. Entonces toca despedirse hasta  el año siguiente.

Insisto en lo peculiar de su labor, la de operar con material  delicado e inestable que requiere trabajo y cuidado especial, el material de los sueños y la ilusión. Trabajar para luchar contra dos realidades casi incuestionables para la mayoría: la de que nadie da o trabaja a cambio de nada material y contante,  y la de que no existe la magia.

 Y ellos se pone a la tarea cada año con ganas y pasión, la de  la colocación de cargas que obrarán la demolición controlada de la realidad, usando como detonador el sonido de un cohete lanzado a la noche de cada cinco de enero. Y ellos, ejemplo de colaboración y compromiso, los artificieros, los técnicos en el manejo de explosivos, tienen un nombre que se merece escribir para terminar el artículo: Arturo, Miguel, Julio, Julete, Darío, Sertorio, Isidro, Marga , Juan Antonio , Tino , Daniel , Madro , Vicente , Rober , Antonio , Jesús , Fernando , Angel y Emilio.

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