Llevaba un par de años con ganas de dedicarle unas
palabras a los Reyes Magos y a los Amigos
de la ilusión. Aunque siempre
intento cuidar todo lo que escribo, este artículo y el tema que lo inspira
son importantes para mí, por lo que me
gustaría utilizar las palabras con la suficiente pericia para que lo que cuente
se ajuste a lo que pretendo. “Poético y
preciso”. Poético en palabras que sirvan como ladrillos de tiempo para
construir un puente hacia mi infancia, camino reconocible para cualquiera, ya
que todos atesoramos aquella patria especial donde en algún momento buscamos
reconciliarnos con nosotros mismos. Preciso en palabras que sirvan como justo y
ajustado reconocimiento a unas personas que especialmente lo merecen por la
exigente tarea que acometen cada año. Hay muchos mirobrigenses que les dan las
gracias de distintas formas, incluso llevándoles la cena; bien, esta es la mía.
A pesar de la reciente polémica a cuenta de las
cabalgatas, excusa para otro disparatado debate político más, creo que se podría decir que la
celebración de los Reyes Magos es el único tema sobre el que todos nos ponemos
de acuerdo, independientemente de ideologías o sensibilidades, ciñéndonos al
hecho de que todos participamos en el mantenimiento de la magia de un día
especial, incluidos los medios de comunicación de todo pelaje que cuidan
de ni siquiera enseñar la patita de la
realidad, difundiendo noticias que hablan del viaje y llegada de los reyes o su
próxima o reciente visita a los hogares, sin que nunca se adivine su verdadera
identidad. Una especie de gran conspiración de nobles intenciones compartidas
por todos. También puede ser que yo sea de la vieja escuela, ande algo
desconectado del mundo real y esta norma no escrita se comience a difuminar, lo
que unido a la cada vez más precoz chavalería, nos coloque al borde un mundo
nuevo al que yo no acabo de verle el lado bueno, como a tantas otras cosas.
Aunque en estos tiempos a menudo me encuentro con una pequeña niña entre mis
brazos, lo que evidentemente acusa el fenómeno, mi devoción ya estaba ahí, la
de un integrista seguidor de los Reyes Mayos vigilante de la ortodoxia.
El trabajo de los Amigos de la ilusión se reduce a una frase: preparar
la llegada de una noche, siempre la misma, la del cinco de enero; una noche que
comienza con el estruendo de un cohete estallando a las seis y media de la
tarde en un cielo ya precipitado sin remedio hacia la oscuridad; una noche en
la que a miles de personas de talla pequeña, de gran corazón y mirada infinita,
se les espesa el tiempo por lo que la han esperado, por el milagro de unos extraños
Reyes Magos aupados a brillantes carrozas, por un removerse entre sábanas sin
poder dormir, deseando que el tiempo, en lugar de arrastrarse perezosamente,
vuele veloz hacia el amanecer.
La tarea es ardua pero no imposible, la de seguir
intentando mantener la magia. Se trabaja con material sensible e invisible, el
de la ilusión. Todos crecemos pero por qué se ha de perder, por qué no iluminar
una noche en la que una ciudad algo encantada con calles propicias para ello, el marco idóneo
con palacios y murallas, es ideal escenario de cuento para acoger reyes y castillos.
Toda historia tiene un principio, y esa historia
comienza en 1970, tres meses después de que yo naciera, lo que no puedo negar
que da suelta a mi imaginación; pensar o querer creer que tal vez yo pudiera
haber asistido a mi/su primera cabalgata, donde ya se comenzara a forjar este
extraño vínculo que me persigue y disfruto al final de cada Navidad.
Pero antes de nuestra historia hubo otra, que se
puede considerar la misma u otra distinta, a gusto de cada cual, con germen en
una emisión de radio y una alocada decisión en un año que ahora se antoja
lejano y, por ello, de más mérito: 1959, en el que tres reyes, Melchor, Gaspar
y Baltasar o Carlos Cardona, Sertorio González y José Arroyo, pasean a caballo
por las mismas calles de 2016, en una estampa con innegable toque berlanguiano, entre tierno y jocoso.
La historia de los Amigos de la ilusión es algo de
la historia de España, la que va desde un seat 600 a las modernas plataformas
de hoy, la que se refleja en la diferente
naturaleza de los problemas y su solución, la de un pinchazo de rueda
casi imposible de reparar bajo el blindado andamiaje de una carroza allá en los
principios hasta el funcionamiento de unos faros led hace una semana. Una
historia que más tarde viaja en un seat 127 o en un jeep amarillo desplazándose
una fría noche de invierno con los tres reyes a bordo en la comprometida y vital
misión de visitar a los niños de los pueblos de la comarca.
Es la evolución de unos vehículos siempre dignos,
acorde a sus tiempos, que aseguraran su
cometido principal: la visita de los Reyes Magos a los niños de Ciudad Rodrigo
cada Navidad. Ya después de la cabalgata
y la recepción, valiéndose ya de fantásticos trucos de magos, moverse veloces para repartir los regalos que cada niño había
pedido en su casa. Y las soluciones para aquellos vehículos tuvieron que pasar
de un armazón metálico que se ajustaba a un modelo concreto de coche que se
guardaba de año a año, a listones de madera armados y desarmados para luego
quemarse, hasta llegar a los nuevos materiales, espumillón y poliespán,
trabajados con herramientas adecuadas de propia elaboración, y al fin los
volúmenes de los últimos años, más perfeccionados y expresivos, en las
espectaculares carrozas actuales.
Esa historia llega hasta hoy, en la que los Amigos
de la ilusión, asociación sin ánimo de lucro con estatutos, claro, que no
quiero leer, que prefiero imaginar con grandes caracteres de cuento con un
artículo relativo a sus peculiares
fines: recuperar y mantener la fantasía intacta, por qué no.
Y es hora de bajar al suelo y descubrir que tras ese
montón de párrafos algo etéreos y abstractos, estas gentes desempeñan una labor
seria y oscura encadenada en muchas noches de invierno que detallo para que nos
pongamos en su lugar, para que si no tenemos la voluntad de ponernos en su
lugar, al menos se lo reconozcamos y agradezcamos como se debe. Tras esa
deconstrucción de la realidad que por una noche sucede en Ciudad Rodrigo, se ocultan grandes dosis de dura realidad.
Últimos días de noviembre de siete de la tarde a
diez de la noche; desde diciembre, de ocho a doce de la noche en una fría nave
municipal, cambiándose la dinámica algo precipitada y arrebatada de aquellos
años en que se comenzaba el 22 de diciembre y en jornadas intensivas se
completaba el empeño, casi con alguna noche previa entera de faena. Repito,
póngase en su lugar. Sí, hubo, hay y habrá colaboradores puntuales, como los
Reyes, a los que se les exige ayudar el año en que participan, además de reunir
ciertas condiciones, digamos “espirituales”, relativas a responsabilidad y
seriedad. Pero el grueso lo forman diecinueve personas: dieciocho hombres y una
mujer, diecinueve tipos duros.
El trabajo completo termina la tarde del sábado
siguiente a la cabalgata, cuando se recogen y se guardan los trastos y
achiperres hasta el próximo año, cuando, ya en octubre, toque volver a reunirse
para decidir el tema del próximo desfile
mediante la aportación de propuestas que serán decididas en votación. La
idea elegida será materializada mediante la elaboración de una pequeña y
preciosa maqueta –un peculiar pequeño tesoro- que dará fe de su viabilidad al
comprobarse a escala el paso en puntos estrechos, su altura en la bóveda o
los giros en los puntos comprometidos
del recorrido.
Entonces, aparte de las lógicas tareas en común,
cada uno se dedicará a lo suyo para lograr mayor eficacia y celeridad; división
de áreas o trabajos, enfilados de año a año, entre mecánicos, electricistas,
escayolistas, dirección de cabalgata y más, en la que se tratan de cuidar todos
los detalles, ser profesional, incluso en la elección de los trajes de los Reyes
Magos, encargado a una prestigiosa marca.
Hasta que llega la fecha, la de la gran cabalgata,
con la previa del cartero unos días antes y que aquella mañana comienza con el
montaje del trono real en los bajos del Ayuntamiento. Se sigue con la recepción
a los Reyes, la asistencia para vestirlos de gala, acompañarlos en sus visitas
a las residencias de mayores y finalmente llegar a la hora prevista, la de
siempre, las seis y media, a sus carrozas para comenzar el recorrido. Después
la atención y cariño personal a los nerviosos e ilusionados niños en el
Ayuntamiento y finalmente visitar los domicilios que lo soliciten. Hubo tiempos
en que se terminaba muy tarde, hasta las cinco de la mañana, pero hoy se acaba
en torno a las doce y media de la noche.
Durante la cabalgata, el suceso clave, un recorrido
en el que Ciudad Rodrigo entero está en las calles, con multitud de niños en
los márgenes del trayecto, donde tanto puede pasar y donde tantas cosas pueden
salir mal y algunos años salieron casi mal, como aquel amago de intoxicación de
un conductor o aquella carroza echando a arder. Nervios, responsabilidad y
trabajo, mucho trabajo, como armas para intentar adelantarse a los problemas y
el inevitable parchear que es la organización de cualquier acto con tanto
público, siempre tan delicado, y donde aportan muchas otras personas
imprescindibles, uniformadas o no,
personas y agrupaciones que proporcionan algo más de color y vistosidad
a la gran fiesta.
La tensión cede cuando al final, desde el balcón del
Ayuntamiento, se admira y sobre todo se escucha una Plaza Mayor atestada. Un
clamor que se ha ido desplazando a través de las calles de Ciudad Rodrigo al
ritmo de las carrozas durante casi dos horas hasta llegar aquí; el sonido de
niños a voz en grito, o la luz de las miradas de otros algo más pequeños que
quieren comenzar a entender este extraño mundo pero que no son capaces de
articular respuesta alguna más allá de sus ojos extrañamente iluminados.
Entonces, desde ahí arriba se piensa si no es absurdo preguntarse si merece o
no la pena tanto trabajo y algún mal rato. Entonces toca despedirse hasta el año siguiente.
Insisto en lo peculiar de su labor, la de operar con
material delicado e inestable que
requiere trabajo y cuidado especial, el material de los sueños y la ilusión.
Trabajar para luchar contra dos realidades casi incuestionables para la mayoría:
la de que nadie da o trabaja a cambio de nada material y contante, y la de que no existe la magia.
Y ellos se
pone a la tarea cada año con ganas y pasión, la de la colocación de cargas que obrarán la
demolición controlada de la realidad, usando como detonador el sonido de un
cohete lanzado a la noche de cada cinco de enero. Y ellos, ejemplo de
colaboración y compromiso, los artificieros, los técnicos en el manejo de
explosivos, tienen un nombre que se merece escribir para terminar el artículo: Arturo,
Miguel, Julio, Julete, Darío, Sertorio, Isidro, Marga , Juan Antonio , Tino ,
Daniel , Madro , Vicente , Rober , Antonio , Jesús , Fernando , Angel y Emilio.
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