lunes, 14 de enero de 2019

Diálogo post mortem



En mi opinión el planteamiento más afortunado de "Contrapunto", la última edición de "Las edades del hombre" en la catedral nueva de Salamanca, es el diálogo silencioso que sucede en una capilla entre los cadáveres de dos hombres desnudos. Uno es el abrumador por su perfección, Cristo yacente de Gregorio Fernández, que no debiera necesitar presentación -supongo que estas cosas se siguen explicando, visitando durante los estudios- y el otro es una figura de bronce de uno de nuestros artistas vivos más ilustres, "Emilio" de Antonio López.



Para el creyente el maltratado cuerpo de Cristo, producto del dolor extremo, es el de la divinidad hecha carne, el de la introducción de un sentido en la historia, el del impasse antes del umbral de la verdadera vida.

Sin embargo, el hombre desnudo de Antonio López transmite fundamentalmente desamparo pero también aceptación. Recuerdo hace unos meses en el DA2 la desarmante vulnerabilidad que se desprendía de otro grupo escultórico del autor, un hombre y una mujer que caminaban desnudos, dando fe de la última realidad que comparte y en que se reconoce todo ser humano. Heidegger nos define como seres para la muerte, para mí la única definición esencial y globalizadora porque ese hecho lo mediatiza necesariamente todo.Los desnudos de López niegan la autoridad de las esculturas de Pérez Comendador al que me refería hace unos días, afirman la vacuidad y lo ridículo de casi la totalidad de las estatuas de nuestras calles.

Paradójicamente en la muerte, en la definitiva aceptación de lo inevitable, en la impotencia subyacente  emana una gran dignidad, fluye belleza de la comunión, de ese vínculo de angustia existencial que nos ata, del inacabable diálogo con el no ser.

"La grandeza del hombre es grande cuando se reconoce miserable" (Pascal)

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