sábado, 16 de marzo de 2019

Córdoba, atrapar lo intangible

Resulta bastante extraño que teniendo toda mi vida tantas ganas y razones para visitar Córdoba, acentuadas en los últimos tiempos por cuestión de estudios y lecturas, esperara a los 48 años para mi primera visita a Córdoba.
 

Inolvidables carnavales en una ciudad que requiere muchas más visitas y serenidad para apreciar la personalidad y el espíritu que le proporcionan las deslumbrantes huellas más que puramente patrimoniales, proporcionadas por los variados artífices históricos de su singular imagen.

En alguna ocasión he comentado que el edificio que más me ha impresionado en mi vida ha sido el Panteón de Agripa en Roma, siendo el choque aún mayor por lo inesperada visión de la más simple y abrumadora armonía. 


Bien, no voy a ser muy original tampoco esta vez, aunque sí me sorprendió que teniendo tantas expectativas, cuando es casi ley de vida el que estas nunca se vean cumplidas,  fueran superadas ampliamente. Y no se trata de que ya haya estudiado el edificio en varias ocasiones, de que conozca su evolución y características técnicas, que como no podía ser de otra forma, admire ese algo efímero Califato cordobés. Se trata más bien de esos innombrables difíciles de justificar, que debieran afectar a un espectador mínimamente predispuesto -que esa es otra-, la perfecta conexión entre el fin buscado por sus promotores y el resultado conseguido, cuyas soluciones se ponen al servicio de un fin etéreo, una dimensión espiritual que se alza con una brillante y audaz mezcla entre orden y confusión, luz y oscuridad, palabras y silencio, lo tangible y lo intangible, lo visto y lo intuido.



Ya que estamos, por asociación de ideas, en esta pequeña relación de mis construcciones epatantes bien podría incluir la puerta de Ishtar de Babilonia en el museo de Pérgamo de Berlín, pero aquí la dimensión digamos mística cede ante el esplendor que busca impresionar al visitante, acojonar al extranjero, tal y como siguen poniendo en práctica hoy los resortes del poder. Y es que su simbología, la del poder, puede cambiar, aunque asombrosamente bastante poco, pero su retórica permanece inmutable.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario