La distancia entre lo que inicialmente fue la vocación de
este blog y lo que es ahora, es tan grande como la que casi separa una vida de
otra. Matrimonio y paternidad como escenario previo para enfrentar en batalla
sin cuartel a kilómetros contra libros, resultando la victoria de estos últimos
aplastante, convirtiéndose a veces las páginas en tan adictivas que a veces me
duele desperdiciar tiempo en siempre demasiadas horas de sueño.
Sin embargo, reconozco que, desde la derrota y la
rendición, el eco de los vencidos y los muertos sigue llamando insistente desde
una lejana oscuridad interior. A finales de 2018 el amago de regreso fue algo más sólido
que en anteriores ocasiones, pero sobre todo este último mes, creo que se ha
acabado por confirmar.
Las cifras de entrenamiento son ridículas, hace unos años
me hubiera avergonzado publicarlas, pero no puedo evitar compartir lo
reconfortante que sobre todo me resulta la regularidad de algo más de un mes en
el que a pesar de tener que estudiar en una empresa con la que nunca estuve comprometido, decidí
quitarle al menos una hora cada día a todo lo demás, acabando por volver a
disfrutar de la íntima satisfacción de
cumplir con autoexigencias deportivas, al
final no muy alejadas de las académicas.
Colocado en la rampa del hábito, ya solo nos basta crecer
hasta el 30 de junio, día del medio
ironman de Salamanca. Siento que sigo siendo afortunado, nunca necesité
entrenar demasiado para cumplir dignamente con objetivos en principio fuera de
mi alcance por mi errática dedicación. Estos últimos días vuelvo a sentir con
alivio como mi cuerpo se va a adaptando y progresando escalón tras escalón; la
ascensión es larga pero el camino es familiar.
Ayer le decidí poner hasta el calzado de gala a mi
compañera, ruedacas que llevan sin
usarse algo así como cinco años, más que nada por la ilusión que me hace
recuperar aquella vieja bobá del principiante; si entonces era mucha flecha
para tan poco indio, qué será hoy que el indio está más viejo y más flojo. Toca
ir con tiento no sea que se hayan podrido cámaras o cubiertas. Misma tarea con
el neopreno, sacarlo del armario y comprobar que sigue operativo y no se cae a cachos, volver a
disfrazarme de triatleta, volver a sentirme por unas horas aquel otro cuya
circunstancia vital era tan distinta, mirarlo desde los ojos de una persona hoy
mucho más plena y feliz, que sin embargo sigue añorando y evocando fogonazos de
aquel reflejo en forma olores en carretera regalados y arrebatados por la brisa, del sonido del cambio de la cadena
sobre las coronas, de los gritos de ánimo también para los más torpes, del
siempre esquivo tacto del agua al agarre, de aquella otra forma de ser y estar,
del deporte y la lucha interior, fugaz representación de la vida contra el
espacio y el tiempo.
Estoy viendo como la sombra quiere apartarse de su modelo. Quiere ponerse en marcha, escaparse de tanto tiempo esperando. Definitivamente quiere dejar atrás días peores.
ResponderEliminar¡¡Me encanta!!
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