Acostumbrado a transitar carreteras portuguesas, hay algo
que no deja de llamarme la atención, me refiero a la destacada cartelería,
tanto por diseño como por abundancia, de señalización de lugares de interés
cultural, principalmente de carácter histórico o artístico.
No se estila por estas tierras este desvelo. Ilustre muestra
es el hecho de que hasta hace bien poco no existía en nuestra A-62 señalización
de todo un enclave Patrimonio de la Humanidad como Siega Verde.
No encontrándose esta no disposición en el ámbito de lo no
factible por razón de limitaciones presupuestarias, sino en el puro olvido en
el diseño de líneas estratégicas, o en la simple dejadez, me pregunto por la
razón de esta falta de interés por dar relevancia y difusión a lo
históricamente atesorado.
En esa labor denominada con una expresión tan política e
institucionalmente sobreutilizada como es la de puesta en valor, debería formar
parte integrante esencial la difusión y la adecuada puesta en conocimiento del
objeto a preservar.
Resulta indudable que es imposible conservar todo el
patrimonio en peligro. Las alertas que trascienden a los medios casi a diario,
constituyen el exponente más acuciante de la pandemia que afecta mortalmente a
un amplio elenco que va desde la clásica ruina de pueblo abandonada hasta
nuestros agonizantes cascos históricos, casi todos con el marcado destino de
parques temáticos para el esparcimiento y/o jolgorio turista.
Esas denuncias de abandono exigen una inyección de recursos
que jamás podrá llegar a todos los frentes. Es algo evidente para alguien que
maneje Presupuestos, propiamente de sentido común para cualquiera, aunque nunca lo he escuchado decir claramente;
puede que ocurra algo parecido al
problema de las pensiones, mejor no
meneallo hasta que se llegue al punto de no retorno de un sistema
insostenible y entonces… ya se verá. Ante esa tesitura, se imponen dos líneas
complementarias de actuación: por un lado la consolidación en la medida de lo
posible, por otro la exhaustiva documentación de todo aquello en trance de desaparición
para su memoria y estudio futuros.
Relacionado con ello y volviendo al inicial planteamiento,
se me hace difícil entender esa falta de interés por señalar de una forma más digna y eficaz todos esos emplazamientos de interés para un visitante que muchas veces
desconoce tal posibilidad. Al final se trata de aportar algo más de piedra al
cimiento, algo más de esperanza a un difuso proceso de conservación y reivindicación.
Ese patrimonio son calles que nos comunican con el pasado,
el que forma parte de nuestra identidad, que nos hacen reflexionar sobre lo
distinto y similar de la relación de otros hombres con su tiempo, que siempre
tendrá algo del nuestro. Ese olvido se me antoja algo de falta de consideración
y respeto hacia nosotros mismos.
Trabajo en la Administración y sé de lo costoso de mantener
ciertos servicios; tal vez por eso trato de ser comprensivo con mis abundantes
tentativas fallidas de conocimiento o examen de piezas o enclaves, y es que aun
prevenido en horarios, varias veces me he encontrado puertas cerradas y viajes
baldíos.
Ya me cuesta más entender que durante semanas de gran
afluencia por todos lados –primera quincena de agosto, por ejemplo-, no se
respete lo anunciado públicamente, bajo la triste excusa de una hoja de
cuaderno pegada en la puerta donde se lee: “Disculpen las molestias”; o no se atienda a nuestro “Ábrete, Sésamo” particular,
en forma de número de teléfono al que nadie contesta.
Tal vez sea casualidad, pero mi experiencia en Portugal en
ese sentido siempre ha sido más positiva, con puertas cerradas que a menudo e
inesperadamente se abren al visitante, como en este caso:
Inscripción
de 1496 de la futura sinagoga de Gouveia, la que nunca fue construida al
decretarse la expulsión de los judíos ese mismo año. Refleja la difícil situación
de la comunidad, refiriéndose a la gloria que ha de volver.
Y es que no sé si se llega a entender que el interesado
transmite a su vuelta lo conocido y admirado.
No sé si, a pesar de grandes principios y aspiraciones, mucho de este mundo se nos queda en palabras y
tratamiento institucional de cartón piedra.
No sé si se llega a comprender que esta labor es gota de
agua que acaba calando entero, que si no hay gota, no hay pasado, que sin pasado
y sin herencia, hay vida pero es otra; que no se trata de una herencia a
beneficio de inventario pendiente de aceptación, que sin esa herencia tal vez
seamos, pero siempre más pobres.
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