jueves, 16 de abril de 2020

El buen maestro


A estas alturas las dificultades de un maestro para impartir clase a niños cerriles en entorno hostil se ha convertido en un fértil subgénero cuyo resultado ha dado lugar a mucha medianía entretenida, algún bodrio y hasta alguna buena película.

He aquí una de las últimas, una muy recomendable, la película francesa "El buen maestro" de Olivier Ayache-Vidal. Lo de ser francesa de unos años ha esta parte se ha convertido de motivo de esperanza en motivo de cautela. Aquellas películas divertidas, amables y edificantes, infalible fórmula de éxito, han mutado en rosario de morralla sentimental sin fin.

En "El buen maestro" también hay emoción y sentimiento, no engaña,  es un cuento, pero es creíble y la película y los personajes funcionan. Su visión se articula desde la actuación de varios  profesores enfrentados  al irresoluble problema presente en tantas de nuestras sociedades acomodadas y biempensantes,  el de proporcionar educación a sectores de la población  marginados, refractarios a entender su utilidad, partiendo ya en desventaja en su carrera por la integración o por disponer realmente de las armas para decidir responsablemente un futuro.

El colegio es el de un barrio problemático de París. La gestión se le atribuye a varios tipos de profesores, obrando cada uno desde el prejuicio, el de la disciplina y la mano dura, el de la buena disposición y la entrega, el de la resignación sin esperanza. La diferencia de actitud se asocia a un riesgo, el de su relación y tolerancia al fracaso. 



En todas estas películas siempre surge un reclamo que provoca la difusa atención de los niños al profesor o profesora protagonista, en este caso un tipo redicho,  apasionado da la alta cultura y los libros, que malamente puede sintonizar con cualquier tipo de chavalería de nuestro siglo. Aquí ese clic lo encarnan "Los miserables" de Víctor Hugo.  

Otra buena razón para leer un libro que compré hace muchos años en una buena edición en dos tomos del Circulo de Lectores y que vengo aparcando muchos veranos, porque ese ha de ser un libro de verano sin exámenes en septiembre. Otra razón que se une a la entusiasta recomendación de mi amigo y voraz lector, Carlos Ramos. Otra razón más es la pasión que traspasa al protagonista de "Terra Alta", de lo que poco que me queda de un libro sin la densidad habitual de mi admirado Cercas, aquí decepcionante.

Víctor Hugo en espera.

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