No pudo ser cuando correspondía por estar empeñado en otras
guerras, pero se me quedó en mi lista de ineludibles tareas pendientes la
redacción de unos párrafos de despedida.
Con el Padre Ángel hablé muchas veces; cuando subo en la
bici no entro en la iglesia pero en mis ascensiones corriendo o caminando
solía echar un rato charlando con él. Y todos sabemos cuál será mi siguiente
línea, la que describe su afabilidad y buen humor, su alegría y siempre buena
disposición; y es que hasta cola-caos
nos tomamos en su cocina algún domingo nevado de invierno. Por otra parte, hay
que reconocer que tampoco es poco mérito bregar desde la sonrisa con la mala educación
de tanta gente que hoy simplemente no sabe estar.
La Peña de Francia, si tienes cierta sensibilidad o al menos
la vida no te ha arrebatado la que viene de fábrica, es un lugar que se te
queda prendado de manera extraña desde niño, donde en mi caso se mezcla mucho
de lo que me apasiona, como la naturaleza y la montaña, lo religioso o espiritual, lo artístico o la historia, especialmente la de
esa relación del hombre con un Misterio cuya existencia o inexistencia nos delimita.
Podría definir el deporte de fondo, la resistencia como reflexión
en soledad, y esa cima siempre representó y representa algo más que cualquier
otra montaña para mí, porque a estas alturas el diálogo sigue vivo, se renueva y resulta
hermoso sentirlo cambiar a medida que envejezco y me convierto en otra persona,
porque mis palabras y las respuestas mutan al son.
Por eso decidimos casarnos allí, por eso cuando esperaba a que mi chica llegara
vestida de novia, no al pie del altar, sino en las escaleras de entrada charlando
con el Padre Ángel contándole una increíble coincidencia que sucedió al inicio
de nuestra relación, él claramente veía la providencia divina, donde alguno vería algo de la sincronía de Carl Jung y casi todos los demás la
simple casualidad.
Ni que decir tiene que hizo alusión durante la ceremonia a
la anécdota en forma de chascarrillo usado en su justa medida, porque era su
liturgia flexible y hermosa, bella por cercana, viva pero seria, por su sano y
santo empeño en compartir lo inexplicable, por hacer vivir y sentir su
convicción en un ambiente propicio por el entorno y la disposición de tantos
visitantes.
Un lugar tan cargado de connotaciones espirituales en la más
amplia acepción del término, un lugar definido por ser el límite entre la
tierra y cielo, una montaña construida por una miríada de ruegos y lamentos, de
sueños y esperanzas, por la devoción de generaciones de creyentes y la admiración
y paz de tantos otros, lo que están y ya no están, un lugar que forja un vínculo eterno con
muchos de los nuestros que marcharon, un lugar que tenía curiosamente un
pequeño hombre como vigilante. Un hombre
que desde su humildad y sencillez nos abrumaba con el poder de su mensaje. Ahí reside
su fuerza, ahí su conquista.
Con Dios, amigo. Seguro.
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