lunes, 20 de diciembre de 2021

Almeida en los ojos de Antonio Colinas

 


Antes de ir a trabajar me gusta hacer algo de ejercicio y leer unas páginas, tal vez adicto a un chute de irrealidad antes de enfrentar el fragor de la vida real. Y casualidades de la vida, esta mañana topé de bruces con un poema de Antonio Colinas sobre mi rincón favorito de Almeida, ciudad portuguesa hermana de mi Ciudad Rodrigo. 

La tumba del alférez Beresford se sitúa en una elevación del lado oeste de la muralla, imaginario cruce de líneas hacia el infinito horizonte. El joven Beresford murió en el asalto a Ciudad Rodrigo una fría noche de enero de 1812, en la brecha grande de la muralla que garantizaría la victoria de su ejército. Se cuenta que el general Mc Kinnon le gritó un instante antes de que ambos murieran por una explosión: "Vamos Bereresford, eres un tipo valiente, iremos juntos". De alguna forma, el poeta mantiene abierto el diálogo con aquel loco chaval de apenas veinte años. De alguna forma, su evocador lugar de descanso sigue aguardando su respuesta. 

    ALMEIDA

I

En la cima del monte hay una tumba.

Junto a ella tiembla un álamo sonoro.


Sobre la estrella de los baluartes

inmensidad de azules lejanías.

Aquí en el monte, cerca de la tumba,

sobre la yerba amarillenta y fuerte,

sopla un viento ardoroso que nos trae

aroma de encinares incendiados,

de grandes rocas que inflama el uranio.


Arriba, por el álamo, la vida

dando frescura al brillo de las hojas

(plata fina temblando en mis pupilas).

Debajo de la losa de granito

la honda muerte del joven lord John Beresford,

que aquí perdió su sangre iluminada

en batallas que ya no se recuerdan.

Y en la cima, entre el árbol y la tumba,

un cuerpo bebe olvido en otro cuerpo:

batalla de los labios sin victoria,

tus pechos y mis manos derrotados.

Vida y muerte al unísono respiran

en nuestro amor, que arde con los cielos.


Este lugar está en el noroeste.

De noche, ya apagados los incendios

de los cielos, los cuerpos y los bosques,

el monte, el árbol y los labios son,

en la ruta celeste, tumba de astros. 


II

El árbol negro brota de los muertos,

mas busca aún vida en cielos fugitivos.

Igual sucede al hombre de los páramos.

Hay una luz morada tras los vidrios

tristes de lo que fue Casa de Expósitos.

Anochece y hay frío, pero un niño

y un anciano, agarrados de la mano,

se asoman quietos a ese mar inmóvil,

de los montes, los valles, las tinieblas,

desde la soledad de las murallas.


Nada hay que justifique sus presencias

en el pánico instante de los búhos.

Como la luz del ventanillo son 

morados y sonámbulos sus labios:

se posan tiernos en el aire húmedo 

a la espera de dar o recibir

el imposible beso que los salve.

¿Qué mensaje dulcísimo o terrible

vendrá, con las negras o alas blancas,

desde el profundo fondo de la noche,

si ya no les espanta esta negrura?

De no llegar el ángel ¿a qué esperan?


Sólo hay una razón que justifique

ser humano entre piedras derrotadas:

ellos no son ni han sido de este mundo.

Esperan la llegada de algo o de alguien

que los arranque de un vivir sin vida,

que los cubra, y los lleve y que los funda

allá, en el dulce abismo que es todos los abismos.


III

Está nevando y, Nochebuena, en llamas.

Solo un Dios renaciendo en este día

pudo fundar un tiempo tan intenso,

y extender los silencios más sonoros,

y reavivar las brasas en las zarzas,

del ser-ocaso, con fuego muy manso.


¿Qué será ahora de aquel Viacrucis

que serpentea al fondo de los páramos,

donde estallaban los montes de plomo?

¿Y qué será del Monte Más Morado?

En él vi el signo, el símbolo, el espino

que, al fin, logré arrancar sin que sangrara

la herida del vivir sembrando vida,

la herida del vivir sembrando sueños?


Termina el año y todo en mí comienza.

Abre la nieve prados en mis ojos

hacia una infinitud ¡tan duradera!

Fogón de amor el pecho entre tus pechos.

Paz del anestesiado va incendiando

el frío más cuchillo: paz fogosa.


Qué lejos ya mi infierno, aquel cubil

de mi interior penando, los silbidos

(las cabezas cortadas) de las víboras. 


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