domingo, 31 de octubre de 2021

Versus 51. Reflexiones tras la batalla


Siento que con los años me quedo con menos, con menos en un sentido positivo. La edad te da el criterio y la actitud para decidir qué eliges de la vida y de qué prescindes, ese puñado de cosas y gentes que te interesa de verdad y, sin ya paciencia para contemporizar, dejar atrás ámbitos convertidos en poco más que ruido de fondo. No hay tiempo para mucho más, soltar lastre para disfrutar del camino a recorrer identificando lo que se necesita, aplicando el filtro de la pasión como ingrediente inherente a lo que se ama.

Tras  dejarlo totalmente aparcado durante  varios años, hace tiempo que para mí resulta evidente que el deporte forma parte de mi naturaleza, que estoy incompleto y hasta en cierta forma menos feliz si no cumplo con mi hora de ejercicio cada día, por higiene mental y casi  como autoafirmación,  fútil resistencia frente al lento deterioro vital. 

Lo que ya no tengo tan claro es si necesito ir un paso más allá, si competir, ponerme un dorsal, pagar una inscripción, estar a una determinada hora en un determinado lugar llamado salida,  si eso también forma parte de lo imprescindible.  Tal y como yo lo entiendo, para mí competir solo tiene sentido en la larga distancia, en el enfrentarme  a tiempos y distancias de muchas horas y kilómetros, fuente también de estrés e inseguridad, por sobre todo saberme no preparado para ello al tener que negociar mi tiempo diario con otras actividades también muy exigentes. Ello me conduce a situaciones donde se ha de tirar del oficio de antaño, de la experiencia de haber recorrido los tortuosos caminos del agotamiento total, los que exigen una entereza, compromiso e ilusión que hoy dudo atesorar. 

Inclinado a la mística y a los místicos, ortodoxos y heterodoxos,  todo lo filtro, digamos que por una lectura espiritual. No con la mística, sí con el espíritu tiene que ver la aseveración  de Spinoza que resuena en mí, la de la mente como idea del cuerpo, la de la mente como una manera de pensar el cuerpo. Tal vez todo el deporte que yo hago lo entiendo como un continuo lenguaje de mi cuerpo conmigo mismo, especialmente elocuente y agitado en pruebas de larga distancia, las de muchas horas, en las que interviene un factor fundamental que altera el proceso y la propia percepción del mismo: el miedo a no ser capaz de conseguirlo o a la exigencia de más de lo que estoy dispuesto a dar, sobre todo mentalmente.

La duda y el autocuestionamiento se complican si además he de trasegar con circunstancias difíciles, como las del reto de por sí más duro de los tres, el primero, el triatlón largo de Salamanca, donde las adversidades meteorológicas en forma de tempestad bíblica durante la previa y primera parte de la carrera, que dejaron en raquítica la ya de por sí exigua paticipación, exigen tirar de esa épica de andar por casa del atleta popular para la que ya no me siento especialmente inclinado, por haber agotado mi saldo disponible tras demasiadas metas.

La duda y la respuesta se complican aún más si en mi terreno más propicio, para el que estoy más dotado, la media del triatlón y el trail de las Hurdes, me veo lastrado por una lesión de isquios que yo mismo provoqué por impaciencia y mala cabeza de novato, por querer regresar, tras estar completamente parado dos semanas por los exámenes de septiembre,  al mismo estado físico donde lo dejé. Supongo que al final esas circunstancias y obstáculos añadidos destilan el debate, lo hacen  más puro cara a obtener una respuesta más honesta y fundada.

Durante estas tres pruebas se sucedieron un par de momentos para mí especiales. En el triatlón de Salamanca se circula junto a Los Montalvos, esa apacible estación termini donde muchos agonizan en su última batalla; también durante la marcha ciclista Douro Granfondo se atraviesan infinitos campos de vides donde los trabajadores de la vendimia se desloman en jornadas interminables. En contraste, nuestro sufrimiento, nuestra pequeña autodestrucción es elegida y sometida a corto plazo. Esfuerzo absurdo y por eso mismo humano, por eso mismo bello,  por eso mismo verdad.

Mi respuesta termina con una pregunta, la de si más que perder la capacidad de hacerlo, sea perder la capacidad de preguntarse por la posibilidad de hacerlo el factor determinante que todo lo cambia. Si no será eso realmente el darse por vencido. 

La foto es elocuente, apenas un instante después de la batalla, castigado y  feliz, tal vez lo dice todo, la de que la duda sigue abierta, la de que sigo estando vivo.

(Reflexiones tras tres domingos de octubre de competición consecutiva: Medio Ironman de Salamanca, Marcha Ciclista Douro Granfondo y Trail Cumbres Hurdanas).

4 comentarios:

  1. Sinceramente, me parece lo mejor que he leído en un blog, y en más sitios, en toda mi vida, quizá por la pizca de identificación que pueda llegar a sentir, aunque sea muy de lejos

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  2. Qué mejor regalo que saber que algo que escribes llegue tan profundo. Agradecido, abrazo, Ramonet

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  3. Gracias.Todo un alimento, para los que ya tenemos muchas dudas,y que es reconfortante. Un verdadero placer el poder leer lo que piensas.

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  4. Se agradece un montón que te reconozcas y lo entiendas, al final es lo que se busca. Abrazo, Miguel.

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