viernes, 9 de septiembre de 2022

Elvis, don o condena

Cuando me enteré de que Baz Luhrmann dirigía una película sobre Elvis sentí a la vez temor y ganas de descubrir su propuesta. Como no podía ser de otra forma su película es excesiva,  barroca y muy suya pero el apasionado viaje de dos horas y media no cede, yendo como un tiro hasta el final, convirtiéndose en  cauce idóneo para contar  la historia de un intérprete extraordinario y rompedor hasta cuando fue domesticado y se exhibía enjaulado en el zoo de Las Vegas.

El previsible relato del tortuoso viaje al averno de un adicto se queda en mero trasfondo, reduciendo el mensaje a algo muy simple: la música o más bien el amor a la música como elemento vertebrador de la película. 

Si Elvis canta la música que él descubre de niño como verdadera en poética epifanía, la de raíz negra, es feliz. Si no lo consigue todo es confusión. Esa tensión con el entorno -personalizado en el coronel Parker-, ese no saber dirigir su rumbo mediatiza la vida entera de la estrella según Luhrmann. Que ello fuera así o mayormente así, la verdad que lo mismo nos da, porque es excusa para proponer un frenético viaje con cuatro picos memorables en el que la música de un intérprete prodigioso toma el mando y nos ilumina.

Una música cuya mayor prueba de calidad y vigencia tal vez sean las propuestas  de maridaje con artistas actuales,  con algún experimento deslumbrante , consiguiendo una tremendísima banda sonora  que para mí es el mejor disco del año. 

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